lunes, 4 de abril de 2011

Gracias por decirlo…

<<“Por favor ya no me busques” La verdad es que no puedo evitar que a mí me suene irónico. Que TÚ me busques para decirme que no te busque. Que de tu boca ahora salga esa frase que tantas veces repetí casi suplicándote. Hace tiempo dejaste de sorprenderme. Hace tiempo, no tanto, pero si ya tiene un rato que decepcionarme más de ti…  es imposible, todo tiene un límite. Creo que ya de ti ya nada, o casi nada me sorprende.>>



Cuando tenía 18 estaba cerrando un ciclo, que pertenece a otra historia, por esos días me presentaron a un vecino que me gustaba “secretamente”, un niño de ojos grandes, cabello rizado que olía a verano, de sonrisa perfecta, de ideas firmes o eso pensé… me llevaba dos años y cruzamos palabra por primera vez en el cumpleaños de mi casi hermanito. Un par de niñas andaban tras de él, menores que yo… recuerdo que desde la primera charla a media noche entre los conocidos de vista, donde él me hizo platica, porque yo no le hablaba a nadie, me dijo que quería tener una novia para salir a todos lados, para presentarle a sus papás. Me di cuenta de inmediato de que éramos opuestos, había varias opiniones que no compartíamos, en ese entonces él parecía tener “planeada” su vida; con hijos, esposa, casa y coche a mediano plazo que a mí me parecía cortísimo, además de un disparate.
No me llevo demasiado tiempo enamorarme de esa piel pálida, y esos ojos enormes que me miraban fijamente en medio de un montón de gente, para mí todo estaba dicho, era la explicación perfecta para dar fin al capítulo anterior, era la forma de descubrir en mi hasta donde podía cambiar mis planes, solo por compartirlos. Me enamoré de sus manos blancas, de sus pies y sus lunares, de la forma infantil de sus labios, de su forma de besar.

En los primeros meses que salimos y en los primeros meses de novios, todo, por lo menos para mí fue perfecto, andábamos juntos los fines de semana, y diario al final del día corría a mi casa, mientras planeábamos no vernos tan seguido. Le urgía presentarme a  sus papás y a mí me daba pavor al asunto familiar, sin embargo con ellos también me encariñé. Pronto conocí a los abuelos y a los primos… y creo que pronto todo cambio.
Compartimos varios atardeceres platicándonos nuestras vidas, discutiendo tanto nuestros miedos. Las primeras veces como un asunto casual en el que él pasaba por mi casa, bien vestido, de mocasines blancos y ese chaleco rosa que amé por varios meses (a veces es  curioso cómo se pueden hacer vínculos con objetos que ni nos pertenecen). Nos sentábamos a platicar nuestros días, los planes, y demás asuntos que pensamos y no pasaron.
Salíamos cada que se podía, una que otra vez me sorprendió llegando a donde sabía estaría. Sin duda era un chico lindo, que parecía tener bien plantadas las convicciones, no encontré pretexto alguno para resistirme a que tomará mi mano, o que nos abrazáramos tan tan fuerte que queríamos desaparecer en un solo latido. Varias veces se nos hiso tardísimo discutiendo “moralidades” o escuchando música de nuestros celulares.
No recuerdo haber sentido antes, tanta seguridad en alguien. De pronto, aquellos pretendientes que no me desagradaban se volvieron invisibles, ya que todo para mi estaba puesto, sólo era cuestión de dejar atrás los nervios y comenzar algo nuevo. Un día él me acompañó a la presentación de un proyecto en el que participé, la espera se hizo larga y de pronto por fin me preguntó si quería ser su novia, y así empezó todo; la mejor ilusión que tuve, lo más seguro de mi vida, perfección que parecía imposible, entre canciones melosas y de mal gusto, pero nadie lo notaba.
 Ese chico de manos gruesas, y sonrisa inocente, cautivó a todos y cada uno de los miembros de mi familia, no había diferencia grande de edades, y según todos, a leguas me adoraba, yo confiaba en él ciegamente, por primera vez amaba a alguien y me sentía correspondida a tal grado que sentía que mi vida, era el camino mejor trazado.
Algunas tardes veíamos películas, me acompañaba a las reuniones familiares en el Cabrio blanco que su papá nos prestaba, todo era perfecto. Estuvo presente en uno de los encuentros más difíciles de la familia, la muerte de mi abuela y así por consecuencia, mi familia paterna se acostumbro a verlo ya en otros asuntos menos tristes.
Recuerdo una temporada de lluvias intensas que provocó un charco enorme al final de la calle, y conforme iba pasando la noche, los sapos empezaban a croar, cual presagio. Creo que fue en una de esas noches que entre miradas cercanas y canciones  él descubrió un corazón marcado en el pavimento como una casualidad, afuera de mi casa… Seguro que en uno de esos días también platicamos de “Los Años Maravillosos” la serie, y con una llave marcó las iniciales de Winnie Cooper y Kevin Arnold. (Asunto que me da un poco de pena, ya a estas alturas.)
La primera de nuestras peleas grandes nos hizo terminar… fue en verano, y esa extrañeza que a veces uno percibe queriendo encontrar una explicación apareció, hasta que estalló una noche antes de ir a Six Flags. Una llamada telefónica de esas en las que sobran los silencios me sacó de quicio. No podía esperar toda la noche para saber lo que ocurría, entonces salí de mi casa y caminé a la suya, toqué el timbre y salió, quería sacarle las palabras de un solo golpe, quería que me explicara algo y no pasó nada.

Me regresé con la misma duda con la que salí de mi casa y él se fue de antro… al otro día lo dejé a propósito, no quería encontrar un “no” como respuesta y me fui con mis hermanos al punto de reunión, era un viaje entre primos, y en ese tiempo que llevábamos de novios ya tenía la simpatía de mis tíos y mis primos, por lo tanto cuando llegué sin él todos se sorprendieron. Él me mandó un mensaje reprochando que no lo había esperado y uno de mis primos fue por él a su casa. Vaya cosa! Parecía que yo tenía la culpa de todo.
Ese día fue pésimo, yo quería divertirme, y que todo se arreglara, pero él se negaba a tocar mi mano, me sentía la persona más tonta del mundo y con un enorme nudo en el corazón que me mantuvo llorando por tres días o más. Después de varios intentos fallidos se me agotó la paciencia como suele ocurrirme, sin que yo supiera leerle el pensamiento, no logré entender que pasaba y concluí que todo se había ido al carajo, justo al momento de cortarlo, muy al melodrama, me regaló un peluche que había ganado en un juego, decidí divertirme, pero aun traía el corazón hecho pequeños nuditos que no se desataban ni con todo el llanto del mundo, quería desaparecer de pronto y llorar a mis anchas sin que nadie me viera.
Fueron  dos horas del DF para Puebla en las que el llanto no se acabó, yo escuchaba a una de primas, hablarme de todo, de que viera como él sufría por mí en el asiento de adelante.
Pasaron dos días y ante mi llanto insistente que no podía disimular, todo mundo conspiró para nuestro regreso incluida su madre que en una llamada telefónica, me preguntó qué pasaba y me hizo ver que los dos estábamos extrañándonos. Entonces bajo consejos de la gente de nuestro alrededor, vino a verme con el pretexto de entregarme algo mío.  Era de noche y casi sin dar la cara, sin poderme ver a los ojos y a punto de llorar, me explicaba su miedo, y sus celos infundados, por mensajes de alguien que yo ni conocía, para mí él era el único sobre la tierra, mi complemento, y se lo expliqué, no fue fácil volvernos a abrazar y que de pronto todo quedara disuelto en ese abrazo. Pasó un buen tiempo para volver a pelear, pero él día llegó.

El entró a trabajar y con eso  nuestra relación empezó a caerse… con el coche nuevo le aparecieron los amigos, los amigos que le presentaron a las amigas, le aparecieron las dudas de tener una vida estable y le llegaron unas ganas locas por conocer más gente… Pero eso yo no lo sabía.
Todo se complicaba, le descubría mentiras, de repente discutíamos, y no nos hablábamos…
De alguna manera, muy extraña, me acoplé a su impuntualidad, pero un día las cosas empezaron a percibirse distintas, cambió tal vez la luz de su mirada, o no sé, pero una sensación a mi me decía que algo no andaba bien, tuvimos varias peleas en una de esas azoté la puerta de su coche y él me gritó algo que no alcance a escuchar, otra pelea fue un día que pasó horas bloqueando mis llamadas, hasta que contestó una voz de mujer y colgaron rápido, y aun así lo “arreglamos”, al final yo creía en él y no tenía ningún motivo lo suficientemente fuerte y comprobado, para estar segura de que me engañaba.

Pero un buen día, que al principio me pareció pésimo, todo se aclaró y ese día lo agradezco con el alma, descubrí sin lugar a dudas que me engañaba con una chica que negó al principio, en uno de esos rompimientos de una semana, la vi con él, me puse como loca, una paranoica que no quiero volver a ser, y cuando tuve que tomar la decisión la tomé. 

Los días con él fueron un rato inmenso donde todo era colorido, las noches se pasaban rápido y confieso que fui la más asquerosamente cursi sobre la tierra. Pensé con el alma entera que mi vida era al lado de él (qué bueno que no). 

Abril fue un giró inesperado, un giro de ocho meses, y los que le lloré sin que supiera... ya en los últimos días del año, fue en uno de esos que mi madre me dijo cuánto me admiraba por ser firme en mi decisión y yo lloraba desconsoladamente, sin si siquiera la más leve intención de regresar, aunque él se valiera de todo a su alcance hasta recurrir a mi madre…
Meses después, o quizá un año después ya sin dolor aparente, volvimos hablar algunas veces, en las que me contó lo que me hizo estar segura que él no era el hombre de mi vida, a pesar de insistir.

Y así volvimos a terminar mal. Me quedé con el último recuerdo de su inmadurez, cada vez más extraña, con la claridad de su vida revuelta, de quien ha buscado hasta el cansancio y ahora pide a que no se le busque
Pero hay un buen recuerdo que corresponde a otros años…