martes, 30 de septiembre de 2014

Otoño.




Tiene un acento, que no oculta que es del norte. Suelta una que otra palabra en nahuatl y abraza como quien entrega todo. Se indigna hasta la piel ante lo injusto, pero siempre tiene una voz serena casi diplomática, aunque maldiga, aunque el enojo se desborde.

Habla pausado como explicando, pero escuchando y observando sin dejar ir un detalle de mi boca, y huele a bosque, a camino, a quien no se cansa de luchar contra corriente, y se saca los anteojos y se talla la mirada.


Ha sido un día pesado, por eso se quita los zapatos y nos asomamos al balcón de un hotel de cinco estrellas, prendé un cigarro, yo lo escuchó y él me pregunta como bombardeando sin rumbo.

La cama es grande y la luz cálida, hay un papelito que leo mientras él sigue hablando. Hay un sofá cómodo y amplio en el que me siento a observar, a observar la casualidad de subir un ascensor juntos, de estar juntos justo ahora, creo que es Octubre, pero no hace frió, ni llueve, ni pasa nada, el tiempo quizá se detuvo. Es de madrugada y yo sólo iba por un café o una cerveza al restaurante de un hotel de lujo, pero estoy hablando con ese casi desconocido, que me inspira confianza, lo he visto en la tele y en los diarios, hablando de justicia o más bien de injusticia, mentado madres ya en confianza, jubiloso por ganar alguna pequeña batalla al roído sistema.

Es delgado, pero de su lengua salen términos que no entiendo del todo y que lo hacen un poco poderoso, pero muy humano, o más bien un poco necio y obstinado

Lo conocí afuera de un  penal en la Sierra, tiene el cabello largo y rizado, la barba cerrada y la piel muy blanca. A cada muñeca la rodea   un montón de pulseras tejidas y coloridas.

Lo conozco apenas unas palabras, apenas unas entrevistas y algunos abrazos sinceros de dos a los que les indigna la misma basura. Lo conozco en una conversación en la mesa en la que todos terminaron por inmiscuirse.

Camino con él un par de cuadras, es casi de madruga, apenas hay gente en la calle. Resuelve hacerme una pregunta y pararse en seco a mirarme de cerca, esperando una respuesta nada personal, que me confunde, me confunde la cercanía.

Ahora bajo la luz, y sentados sobre la cama puedo observar y hacer preguntas, observar con los ojos cerrados la claridad de su piel, la delgadez de sus labios casi invisibles. Sólo es mayor unos años, pocos años, pero me siento un poco en desventaja, por el camino recorrido, por el acervo en su memoria como de un viejo.

Él es como de otra época. Él es una canción de Silvio Rodríguez o de Café Tacuba o una extraña mezcla de ambas. No se despega un minuto de sus pasiones, no se olvida de los porqués, pone todo sobre la mesa ... y entonces se confiesa en un acto de honestidad inedita y me sorprende... y no lo olvido como no se olvidan esas verdades enteras, y lo agradezco porque su actuar es la excepción de la regla.