miércoles, 29 de febrero de 2012

"I dont wanna miss a thing" de fondo.


Maria pidió permiso a mis papás e insistió tanto que me contagió esas ganas de salir.  Éramos cuatro, ella, yo,  su novio  y el amigo del novio. Ese amigo de Diego, el que veía Tania todas las mañanas en la combi, el mismo que le guiñaba el ojo y tenía brutas a algunas … de su calle.
A algunos años de esa “cita” aun no sé si fue planeada, o si fue casualidad o una parada obligada en el camino de mi vida.
Roberto, Roberto el amigo de Diego, traía el cabello a la barbilla, castaño, de ojos cafés y una cicatriz en el labio… Me llevaba varios centímetros aun con tacones y un par de años, yo estaba por entrar a la universidad.
Maria y Diego, tenían la bonita costumbre de pelear todos los días, en el momento menos indicado.  Ese día no fue la excepción. Estábamos los cuatro en una mesa, y ellos empezaron a discutir; con esos silencios incómodos, Roberto y yo hicimos plática… Fue esa misma noche que Roberto le dijo a Maria: “Tú amiga en serio me interesa”.
A Roberto lo perseguía una reputación forjada con años de “relaciones” y miles de momentos con infinidad de mujeres, mayores por cierto y… otras cosas,  me enteré que quería ser stripper,  pero nunca se le hizo. Y así fue como con una lista de advertencias empecé a salir con él.  Roberto era de esos tipos que sienten que cualquier mujer puede estar a sus pies, que nunca llaman y menos insisten… Pero que cargan con una que los hirió.
Mis días en la preparatoria eran contados y por esa razón (no por él) la situación en sí, hizo más inolvidables las últimas semanas… y claro por ser María una de mis mejores amigas. Esas salidas en las noches, a comer tacos se hicieron frecuentes; María, Diego, Roberto y yo… Nos hicimos “algo muy chido” etiqueta que Roberto quiso poner a lo que teníamos, se le salían algunos “tequieros” y para todos los demás éramos novios. Acordamos de una manera muy relajada, no molestarnos, no  llegar  bajo ninguna circunstancia a la situación de nuestra pareja de amigos…
Fue apenas a unas semanas  de comenzar que llegó con boleto en mano para irse a Cancún, por esos días aun me perseguía la “maldición” gitana del “Chico en Fuga” como sería bautizada por una de mis amigas meses después . Apenas había empezado todo y se le ocurre  largarse, bonita cosa. Y la verdad es que no me cayó tan de sorpresa. No era la primera vez que me pasaba y tampoco fue la última.
Volviendo al punto, Roberto era de esos tipos que las mujeres de las casas colindantes le habían hecho creer que el mundo no lo merecía, y yo lo sabía no porque así lo haya conocido, si no porque mi amiga Tania, que vivía a unos metros de su casa, también se había encargado de eso. Ella reaccionó con asombro ante la noticia de nuestra relación y no paso a mayores.
Lo vi un día antes de irse, me esperaba distraído … Jeans, gafas oscuras, playera blanca en medio de la luz del sol que hizo más castaño el color de su cabello. Y me resigné a que era la última vez que lo veía…
Cuando él estaba en el aeropuerto a punto de abordar el avión, yo estaba en el que fue mi último salón de clases en la preparatoria hablando con él por teléfono y haciendo dibujos imaginarios con mi dedo en la ventana… No me sentí triste, fue algo extraño, era poco tiempo de conocernos y no era para tanto. Di el asunto por terminado sin decir una palabra, dando por hecho que él también lo haría, pero siguió haciendo llamadas breves…
Pasaron algunas semanas, y pensar en él no era tan constante. La idea de buscar; universidades, becas, exámenes, no me había dejado mucho tiempo… y uno de esos días… cuando casi anochecía llamó Maria, para preguntar dónde estaba… Minutos más tarde estaban Diego, Maria, Roberto y un Fulano afuera de mi casa. Roberto dejó esos hombros altos y gruesos olvidados en algún lugar de Cancún, llegó con 10 kilos menos de peso y sin poder probar una gota de alcohol… nunca supe a ciencia cierta porque. Pero él siguió con su obsesión del gimnasio para recuperarse y tomando litros y litros de agua.
Roberto me robó por momentos breves el pensamiento, fue el chico al que siempre vi a deshoras por su trabajo, fue un beso de despidida con una canción popera de fondo que casi me hace llorar, fue una de esas cosas muy chidas e intensas que no se olvidan tan fácil.
Por todas esas horas en su auto, por ese beso clandestino con el que inició todo, por las llamadas de larga de distancia, los mensajes, las estrellas de papel…
Desapareció de mis días de momento y supe que no volvería, pero para sorpresa mía, volvió para pedir “tiempo” con tranquilidad lo despedí sabiendo con certeza que eso no era tiempo, si no un final.
Este fin de semana lo encontré  trabajando en un Pub, misma complexión, menos gimnasio, cabello no tan largo, misma mirada y la misma cicatriz en el labio inferior… Nos abrazamos por todo el tiempo que no nos vimos… Preguntó por el afortunado como para cerciorarse de que no hay nadie, me pidió mi número para nunca marcarme y tal vez lo vea otros cuatro años después.